Opinión: Cuando la dignidad pende de un hilo

Eva Bahamonde; Asistente Social de profesión y oficio

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La ética pública y política, vista como era en antaño, se encuentra actualmente denostada, ninguneada, trastocada y mal vista, esto debido a que muchos se han dedicado a servirse así mismos, más que servir a la comunidad, urge que como sociedad establezcamos criterios para que en democracia fortalezcamos la pluralidad, paridad y reconocimiento de la diversidad en principios plausibles en la construcción de nuestra nueva Carta Fundamental. A reconocernos como sujetos de derecho.

Cuando se plantea recuperar la ética pública y política, es atribuir contenidos específicos que vayan estableciendo relaciones entre la ética y la política en el contexto de sociedades modernas, sin abusar y simplificar a la ciudadanía, siendo grotesco y de alguna manera, ejerciendo un tipo de violencia estructural para intentar someter a las minorías a cambio de consensuar estos valores con la sociedad en su conjunto.

Existe una utilización en los discursos donde se intenta legitimar el poder a través de la ética con una intencionalidad que fácilmente puede llegar a ser objeto de manipulación.

El descriterio y falta de prolijidad, ya no pasa desapercibida, quizá nunca ha pasado desapercibida, pero había un letargo de dejar ser, que inmovilizaba a la sociedad, hoy nos encontramos en un punto de no retorno, y las desmesuradas prácticas proselitistas son fuertemente cuestionadas y denunciadas.

Es necesario construir un Estado garante de derechos sociales universales, que nos otorgue el bienestar por ser sujetas y sujetos de derecho.

Ya no da para más el modelo económico, pero por sobre todo con las políticas sociales que imponen lucro a la salud, educación, previsión y tantos otros, la insatisfacción también viene de la mano con la atención social focalizada con escasos recursos a la población en extrema pobreza.

Con la crisis sanitaria se demostró la teoría que hace un par de años planteó la antropóloga social Clarisa Hardy en su libro “Estratificación social en América latina”, en el cual ya anunciaba que en Chile, el límite entre la clase media y la pobreza “pendía de un hilo”, ya que una familia de clase media que enfrente una enfermedad grave, se debe endeudar, vender sus pertenencias y empezar a hacer rifas para subsistir y costear los tratamientos, en el caso que uno de sus miembros quede desempleado al poco tiempo se «comerán» los ahorros y en ambos casos descenderían en los estratos socioeconómicos más bajos. Lo terrible es que ese día llegó y hoy con la pandemia desatada, a diario, vemos cómo esta realidad está cada vez más cerca de nosotros y lamentablemente las políticas publicas y los instrumentos de medición socioeconómica no han dado el ancho para enfrentar esta crisis.

El tratamiento distinto que se nos brinda como población chilena, según las diferencias de ingreso, es éticamente cuestionable, políticamente insostenible y solo ha favorecido fortalecer las desigualdades.

Las demandas ciudadanas por una sociedad más justa exigen que nos replanteemos las políticas sociales que hoy se han convertido en un excelente negocio para los más poderosos “económicamente” hablando. Y erradicar el tratamiento de focalización de la pobreza, con beneficios a los que además debes postular cual concurso televisivo.

En consecuencia, debemos apuntar a construir un Estado que sea garante de entregar derechos sociales universales a toda la ciudadanía.

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